VII
Una mujer me ha envenenado el alma;
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
(Gustavo Adolfo Bécquer - Rimas)
Cuando te perdí
sabía
que aquella morbidez
de tus primeros besos
vendría conmigo
a prolongar el lamento
sórdido de mis ruinas.
Vendría conmigo
la blancura lechosa
de tus senos
a desnudar el dolor
de mi oscuridad sentida.
El arlequín que surge
triste por la mañana
persigue sin espejo
notas que me arrancaste.
No preguntes si vivo,
si canto o si muero
en esta sinrazón
que sigue su camino.
Atravieso la llama
tenue que me dejaste.
No rompas el silencio
que vibra con la muerte,
la llama que se extingue
conserva su latido.
(En las mañanas más tristes – 1998-2000)
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